«Se debe hacer notar que desde hace unos cien años, los cataclismos, guerras, epidemias, psicosis malsanas, han creado «paredes» en la familia humana, entre muchas otras, las de personas que ponen estas catástrofes a su nivel personal, atribuyéndoles causas económicas, políticas o sociales, y las de personas que han tratado de penetrar las causas fundamentales y que sitúan el problema en la escala cósmica, por decirlo así, dándose perfecta cuenta de que no hacemos los acontecimientos sino que los padecemos. Y entonces, muy naturalmente provienen de todo ello las cuestiones angustiosas del sufrimiento, del mal, de su razón de ser, de la injusticia aparente con la cual azotan a los humanos. Y también, sin poder contestar a estos inquietantes puntos de interrogación, se busca el remedio.
El único medio que poseemos en este tipo de investigación es la comparación con el pasado. ¿En qué momentos de la historia registramos tales crisis, de que signos característicos se acompañaron? ¿Qué pasó con las civilizaciones y pueblos que los padecieron, qué medios empleaban para reaccionar, y qué les aconteció si su espíritu se abrió demasiado tarde? Tantos puntos necesitan largas explicaciones, lo que no es nuestro objeto aquí, aunque trataremos de hacer entrever su mecanismo, y luego nos será fácil establecer un paralelo con nuestro estado de civilización
«Sabe que los últimos días habrán tiempos difíciles. Pues los hombres serán egoístas, amigos del dinero, fanfarrones, soberbios, blasfemadores, rebeldes a sus padres, ingratos, irreligiosos, insensibles, desleales, calumniadores, intemperantes, crueles, enemigos de la gente de bien, traidores, arrebatados, hinchados de orgullo, amando el placer más que a Dios…» (II Timoteo, Cap 3, Vers. 1 a 5).
Muchas personas, después de los años terribles y dolorosos en los cuales hemos vivido y continuamos viviendo, se están dando cuenta de que estábamos atrofiados y que nuestros males provenían de nuestra irreligión. Sintiendo la imposibilidad de reformar al mundo entero y de traerle una consideración más sana de las cosas, estos pensadores tratan de salvarse ellos mismos adhiriéndose a agrupaciones de investigaciones espirituales y de Fraternidad Universal. Pero cada una de estas agrupaciones trabaja en la oscuridad, en el silencio, en busca de la Verdad, pero sin tratar de propagarla. Mas la hora ha llegado para que las fuerzas del espíritu vuelvan a tomar el puesto que les pertenece en la vida de los hombres y restablezcan el equilibrio destruido por nuestra civilización demasiado material; es necesario -y de modo urgente- hacer salir a todas las sectas del dogma y de cierto fanatismo religioso que las limita más o menos y hacer volver a cada una a la pureza de su primitiva enseñanza, que ha padecido deformaciones causadas por intereses privados, que se han deslizado en este terreno que no les era propio.
En tal estado de cosas, nos vemos obligados a concluir que las enseñanzas son las mismas, y que en todas partes, budistas y mahometanos, cristianos con todas las sectas y «sub-sectas» a quienes estas grandes enseñanzas han dado nacimiento, predican el amor del prójimo, el amor a la Verdad, el desinterés, la pureza de pensamientos, palabras, actos, la paternidad de Dios única para todos, la posibilidad dada a todo ser de nacer nuevamente en el respeto de la chispa divina que está en él y en todos los demás hombres: sus hermanos. La hora ha llegado de poner a la luz todas estas Verdades, y de hacerlas regir en la humanidad. Es el espíritu, es una adhesión al espíritu de Fraternidad Universal que nos trae la Nueva Era, la del Aquarius. Y el espíritu de fusión de la Misión del Aquarius ve todas las enseñanzas existentes ya desde muchos años, concretizarse y enriquecerse de fuerzas nuevas a fin de preparar la humanidad del mañana.
Han pasado los tiempos de la enseñanza subterránea, llena de misterios inexplicados, donde la luz era cuidadosamente tamizada, donde toda instrucción tomaba un aspecto de ocultismo malsano».
Los Grandes Mensajes Págs. 109 al 112
P A X . . .
Lima, Enero del 2012